¿A donde irás a parar cuando mueras?, pregunta una tarjeta que promueve una práctica religiosa específica. Pero también dice Capriles que "esto se acabó", o María Corina también que dice "basta ya" sumándose al coro que pregonan un final para justificar la fe ciega en ellos. No hay que razonar, ni pensar, ni argumentar ni mucho menos sopesar la realidad mediática, la realidad verdadera y la promesa que realiza el o la apologista, solamente hay que seguirlos por medio de la fe.
El fin de mundo es quizás la mayor excusa para sembrar el miedo y de allí, de manera irracional, dar el salto olímpico a creer ciegamente en algo o en alguien, es decir, el dogma. Cuando te piden que dejes de pensar y de actuar como lo haces porque sencillamente esto se acabó es porque la nueva promesa a sustituir no va a tu favor y no aprobaría la primera evaluación de la misma.
A los iraquíes como a muchos otros pueblos bombardeados les lanzaron volantes, -las mismas personas que horas antes les lanzaron bombas- para decirles que era el fin de Hussein, pero nunca les dijeron que irían a una guerra sin razón y sectaria como la que viven ahora y que no tendría ninguna salida. La apología era para los antiguos griegos la defensa militar contra un ataque, la estrategia del "fin de mundo" es la defensa irracional contra el pensamiento crítico.
Nuestra historia nos ha demostrado que no existe la batalla final, que sí hay que dar el todo por el todo, pero eso se hace todos los días y no podemos esperar ese día de desenlace final que solo tiene cabida en los guiones de ficción. Ninguna revolución se muere de verdad, por más que pregonen el fin de la historia, ni mucho menos se seca la lucha revolucionaria, al contrario se nutre de las dificultades si el pensamiento crítico logra capitalizar el aprendizaje que emerge de la práctica.
Desde la izquierda también tenemos nuestros apologéticos, desde aquellos que aseguran que el poder en manos del pueblo fracasó y por tanto hay que olvidarlo y creer ciegamente en la propuesta de la democracia representativa o el verticalismo extremo, hasta aquellos que desde la izquierda revolucionaria han dado saltos olímpicos para pasar a ser empresarios adinerados o peor aun, militantes de la derecha más recalcitrante.
Ya los grandes físicos han venido demostrando la inexistencia de un tiempo cero y de un tiempo final del universo, los juicios finales ya no existen, existe el juicio que nos hagamos todos los días a nuestro comportamiento y a nuestra lucha, ese el el juicio del pensamiento crítico.